«La uniformidad es la muerte; la diversidad es la vida» (Mijail Bakunin)

Cuando hablamos de diversidad humana nos referimos a cada una de las personas de nuestro planeta. Somos diferentes, no hay dos personas idénticas y nunca las habrá. Somos únicos por nuestra diversidad y riqueza sin límites: por nuestra genética, nuestros pensamientos (valores, creencias, educación, cultura, etc.), emociones de todos los colores y por unas necesidades básicas diferentes. Somos personas en desarrollo continuo.

En el mundo de transformaciones y cambios permanentes en que vivimos es necesario ser flexibles y abiertos, y para ello es básico conocernos a nosotros mismos, lo que nos fortalece y lo que nos limita, conocer nuestro mundo mental y emocional, nuestra casa interior. ¡Ya basta de pagar el precio tan caro de que nos pongan nombres y de que nos digan quién y cómo somos!

Es difícil dar amor si no nos amamos, o ser empáticos con otras personas si no somos capaces de darnos autoempatia, o de hacer felices si no somos felices. Encontrar el equilibrio entre dar y recibir requiere un conocimiento en primer lugar de nuestra casa interior y, después, del mundo exterior que nos acompaña en nuestro camino.

Hace años se consideraba una verdadera utopia hablar de equilibrio entre mente y emoción. En 1983, Howard Gardner nos habla por primera vez de la teoría de las inteligencias múltiples. Después en 1995, Daniel Goleman, nos abre nuevas visiones con el concepto de inteligencia emocional. En España, se empieza hablar de educación emocional y del mundo de crecimiento personal hace 15 años.

En 2002, Mercé Conangla y Jaume Soler, dos destacados profesionales en el mundo del desarrollo y crecimiento personal, crean el concepto de ecología emocional, que es el arte de vivir una vida equilibrada y sostenible, dirigida hacia la mejora de nosotros mismos, hacia el aumento de calidad en nuestras relaciones interpersonales y hacia el respeto y cuidado de nuestro mundo.

Según Mercé Conangla, las emociones son oportunidades para conocernos mejor, «no son ni buenas ni malas, no son ni positivas ni negativas, sino que son datos, datos valiosos que tenemos a nuestra disposición». Por ejemplo, la culpa, la envidia, la ira, los celos, el odio, el malhumor, la tristeza o el resentimiento, entre otros, son señales de alarma que nos indica que estamos en desequilibrio y desarmonía.

La ecología emocional es una herramienta valiosa que nos enseña a gestionar nuestro mundo interior de manera sostenible y coherente. Gestionar las emociones es nombrar y ser consciente de ellas en primer lugar; el siguiente paso es la traducción y la interpretación del mensaje que nos envían; y de ahí, en función de lo que nos aportan las emociones, las protegemos, las mantenemos y las cuidamos, o las transformamos ecológicamente a través de las 4 R de la ecología: reducir, reciclar, recuperar y reparar.

La diversidad la encontramos en la ecología emocional como una de las tres leyes fundamentales y como uno de los 7 principios éticos. Según Mercé Conangla, el ser humano es singular, diferente sí, pero, en cambio, único. Es único por “la interacción entre lo que es la base genética y el medio en que habitamos: ¿cómo hemos sido educados, qué padres nos han recibido, cómo nos han acogido, cómo hemos ido integrando diferentes creencias, cómo hemos aprendido a gestionar adecuadamente nuestro mundo emocional o no, cómo nos mantenemos abiertos de mente hacia otras maneras de ver el mundo, si somos flexibles o no somos flexibles, qué nos alimenta espiritualmente, qué música, qué cuentos, qué relatos, qué tradiciones culturales o religiosas?”

La ecología emocional se basa en dos valores claves: la responsabilidad y la conciencia del impacto emocional global -> todo lo que hacemos y todo lo que dejamos por hacer tiene consecuencias tanto a nivel individual como colectivo. Somos responsables al 100% de nuestras elecciones, nosotros elegimos si formamos parte del problema o de la solución, o si somos creativos o destructivos. Por formar parte de un todo, como seres únicos e irrepetibles, influimos directamente en el ecosistema al que pertenecemos. Como decía Mahatma Gandhi “se tú el cambio que quieres ver en el mundo”.

“El hombre puede ser desposeído de todo excepto de una cosa: la última de las libertades humanas, la libertad de escoger la actitud que uno adopta ante cualquier conjunto de circunstancias y de escoger su propio camino.” Viktor Frankl

Entrevistamos a Mercé Conangla, fundadora junto con Jaume Soler de la Fundación AMBIT y del Instituto de Ecología Emocional en Barcelona.

Alina Camelia Stroiu